Anoche me acordé de esta canción. Me vino al cerebro como un cuchillo caliente entrando en mantequilla a toda velocidad. A los pocos segundos me dí cuenta de que la había escrito yo, por eso describía tan bien como me sentía en esos momentos amargos. ¡Qué le vamos a hacer, soy así de tonto¡
Era el mismo sitio, el mismo lugar, el mismo dolor en el corazón, la misma sensación de que las balas sólo iban a confirmar lo que ya había sucedido antes, los recuerdos como trompetas lejanas llorando por un amor perdido. Discutí con mi corazón, le volví a decir que tiene que estar encerrado bajo siete llaves, que cada vez que sale a pasear regresa hecho pedazos, que no me hace caso y que resulta imposible de gobernar. Le acusé de todo eso y de alguna cosa más y el muy c*br*n ni siquiera se defendía.
Volví a casa escuchando una amalgama de grandes canciones, la mayoría sobre amor. Apostaba conmigo mismo cual me haría llorar, muchas podrían haberlo hecho pero no sucedió. Las lágrimas se me quedaron dentro, como una poción ponzoñosa, para seguir conmigo haciéndome daño en los momentos de debilidad.
En el 30 aniversario de Los Cuervos en la Edad de Oro, al acabar la actuación, Morcillo, invitado de lujo en aquel evento, me abrazó y me besó. Me dijo al oído que había vivido siete vidas y que podía morirse tranquilo ya. Me emocioné, fue la penúltima vez que lo vi vivo. Ayer pensé que yo ya he muerto tres veces, veremos que da de sí esta cuarta vida.
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