

Alimentado desde la más tierna infancia con las historias de la Biblia, las películas que retrataban el mundo antiguo llamaban mucho mi atención. Cuando además contaban cosas que ya había leído, me resultaban fascinantes. En los momentos de tensión de cada film, solía agitar las manos, lo que provocaba la risotada de cualquiera,normalmente familiares, que me viese. No levantaba mucho del suelo, debía ser bastante niño, cuando de la mano de mi padre vi mi primer elefante. Anunciados en los carteles del circo como "los elefantes que hicieron la película de Aníbal" estaban en la plaza de toros de Valencia. Con una pata amarrada con una cadena, lo habían hecho recular en una de las puertas abiertas y eran un reclamo para que la gente fuese a comprar su entrada. Por supuesto, muchas personas hacían corro frente al paquidermo y alguien le dejó delante una barra de pan como de medio kilo, con su trompa le recogió al instante y se la tragó como si fuera un caramelito. Desde entonces los elefantes se convirtieron en uno de mis animales favoritos, como no podía ser de otra manera, y cuando más aprendo sobre ellos, más los amo. En muchas de aquellas películas aparecía Victor Mature, que también rodó muchas de cine negro y westerns. Con fama de mal actor pero mucho sentido del humor, se le atribuyen varias respuestas ingeniosas cuando, en un hotel o en club de golf, pretendían no acogerlo por su condición de histrión: "Yo no soy actor -decía- y he hecho más de 50 películas para demostrarlo". Paradojas de la vida, un gran actor puede hacer malas películas y uno malo alguna buena. Después de asistir al estreno de Sansón y Dalila y preguntado por una periodista, Groucho Marx respondío: "No me interesa una película donde el pecho del actor es mayor que el de la actriz".
