Última semana con 57 años, al mostrar la aurora sus dedos de rosa miro a lo lejos, en ese punto intermedio entre el pasado y el futuro que es el presente, escucho algunos tangos de Gardel, blues del Mississippi, música de películas, canciones de Buddy Holly, fumo. Los días corren, el tiempo vuela, los meses caen del calendario como hojas secas, como un gran camión cargado cuesta abajo, hasta que la velocidad y el peso se hacen con el control y el volante apenas puede dominar las fuerzas puestas en marcha. A punto de cumplir 58 años este domingo, me siento llamando a las puertas de la tercera edad y sin embargo también tengo la sensación de ser igual de joven que con 17, igual de tonto también, todo hay que decirlo.
Como siempre la música viene a salvarme, muchas veces de mí mismo. Me ha entrado un frenesí por cambiar las cuerdas de las guitarras, limpiarlas a fondo, probando calibres, llevo meses arreglando amplificadores, llevando los instrumentos al luthier, esperando que tener las armas listas para la batalla me infundan el valor del que a veces dudo, como si esperar tiempos mejores ayudaran a su venida. La cosa no termina de arrancar, estamos un poco mejor, desde luego, pero no termina...