jueves, 6 de agosto de 2020

Menos un día.

¡Cómo me sentí! Las lavanderas me traían mensajes de cariño, los erizos no me pinchaban, la hierba bajo mis pies descalzos me transmitía un frescor que me subía al corazón. Tenía la sensación de que la vida me había perdonado, sonreído y me abrazaba como a un hijo perdido. Notaba música en el viento, tenía ganas de escribir canciones de amor, quería danzar con mi sombra bajo la luna llena entre dos palmeras. Por fin los dioses habían escuchado mis plegarias, los espíritus de cientos de generaciones de hombres enamorados se habían apoderado de mí, a veces quería llorar de felicidad. La abrazaba y el tiempo se congelaba, dejaba de importar, las manecillas se detenían, las clepsidras no goteaban, los únicos números que contaba eran los besos que con mis labios iba recogiendo lentamente, que ella tenía diseminados por su piel y que yo debía cosechar, una cosecha de amor puro en un mundo de plástico.

Pero una parte de mí me decía, no puede ser verdad, desconfía, algo no encaja. Cogí esa parte de mí y la arrojé a una mazmorra, sujeta con cadenas y le grité: ¡púdrete!

Fue un tiempo donde todo parecía ir en buena dirección, alguien había escrito un magnífico guion, sólo tenía que hacer mi papel sin tropezar con los muebles y atesorar los recuerdos como objetos sagrados de un valor incalculable. Las pequeñas miserias de la vida cotidiana, aunque las había, no parecían tener la menor importancia, no eran más que hormigas intentando detener un tren, me sentía genial, haciendo cosas que ni siquiera sabía hacer, que ni siquiera sabía que yo pudiera hacerlas, desde dejar de fumar hasta podar una higuera. Demonios, era feliz.

Qué atontado estaba, qué lento y qué gordo y sin embargo qué feliz. Alguna vez podía oír los gritos de alarma del habitante de la mazmorra pero no los escuchaba, no hay peor sordo que el que no quiere oír. Hace tres años menos un día todo se resolvió, no me quedaba otra que sacar al prisionero, quitarle las cadenas y confesarle que siempre había tenido él la razón, ahora él era el amo.
El cerebro salió y el corazón entró en la prisión, a partir de ahí me sentí cada vez mejor por fuera... y peor por dentro.
Ahora los gritos desgarradores los daba el corazón prisionero pero yo no los escuchaba, me ocupé en divertirme, en tocar y bailar, en salir con mi motocicleta, en escribir textos y canciones y conocer chicas sin guion, en reírme con mis viejos amigos. No pasé página, quemé el libro, procesé el pasado hasta no ya reducirlo a una masa pastosa sin valor ninguno, que es lo que era, sino a la experiencia vivida por otra persona que yo había conocido en otro tiempo.
Desde la distancia que da el tiempo, alguna vez recuerdo algo y pienso...¡Qué tío más tonto¡

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Mis amigos me llaman Cuchillo o el tío Santi. Escribo canciones y toco la guitarra, también canto. Desde que era joven hasta ahora que no lo soy he tocado en grupos como Los Cuervos, Los Relevos, Morcillo y los Rangers, Los Brujos, Bandoneón, The Dancing Cansinos, Rocky Raccoons, Fort Mapache, Jukebox, Los Portuarios, The Mapaches o The Roller Coasters. Soy el guitarrista que no sabía cantar, el motorista al que no le gustaba correr, el lector de la Biblia ateo, puede que el tonto más listo del mundo, el padre de Dido o el hijo de la Yeyes. Como suele aparecer en algunos sobres de azúcar, hay que buscar los buenos ratos porque los malos se presentan ellos solos. Me gusta mucho leer desde niño, cocinar, tocar la guitarra y escribir canciones, navegar sin rumbo por la procelosa red de Internet, la historia y la música, el cine clásico y me gusta mucho reír, también escribir en mi blog, salir con mis viejos amigos o dar vueltas con mi Triumph. Como dijo Lennon: "la vida son las cosas que te pasan mientras tú estás ocupado haciendo otros planes" Así que intento no hacer planes nunca, sólo quiero estar a gusto sin molestar a nadie. Si lo consigo o no, tendrán que decirlo los demás.
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