
Raymond Chandler y el aire acondicionado me ayudan a pasar el verano. Tras devorar por enésima vez El Sueño Eterno, sigo con El Largo Adiós, Adiós Muñeca está el siguiente en la lista. Es un placer reencontrarse con uno de tus escritores favoritos, disfrutando del estilo, la trama, los diálogos, tirado en la cama todo lo largo que eres y fumando puritos. De vez en cuando me levanto para comer, mientras veo fragmentos de películas cien veces vistas. Veo al criado persiguiendo con un hacha al "último gallo de Atlanta" o Joseph Cotten discutiendo en una noria con Orson Welles. Toco la guitarra mientras miro la tv como el que mira el fuego, tengo tres en el sofá y voy cambiando. Me acuerdo mucho de mi padre, todos los días, es inevitable. Mientras toco Blue days, black nights o quizás un viejo instrumental mío que intento completar, repaso acontecimientos, gestos o frases a los que no debí prestar la suficiente atención en su momento. Qué bueno era Chandler, me encantan sus frases. "Yo no era más que un grano de arena en el desierto del olvido".