jueves, 18 de septiembre de 2008

Servicio militar



Miraba el periódico del día del sorteo pensando en que no tenía suerte y no me tocaría cerca de casa, así que cuando vi que tenía que ir a Vitoria no me sorprendió. Esto de resignarse a tener mala suerte es bastante triste pero me parecía que era la única forma de poder superarlo. Siempre pensaba que todo saldría mal, si resultaba así no me importaba pero cuando salía bastante peor de lo que había imaginado me hundía en la miseria. Acabé por pensar, cada día al levantarme, que habría un holocausto nuclear, no podía haber algo peor que eso. La situación en el País Vasco en aquella época era bastante complicada, contaba los días que me faltaban para irme como si fueran a fusilarme.
Mis amigos me acompañaron a la estación, todos menos Juan que ya estaba en Almería dándose barrigazos, (así llamábamos a tirarse cuerpo a tierra) el tren venía de Alcoi y traía unos cuantos como yo. Era un tren viejo al que le costó casi un día llegar a Vitoria, parecíamos judíos camino de un campo de concentración. Una de las pequeñas pero importantes verdades de la vida que aprendí es que el listillo que se lo sabía todo y nos daba consejos sobre qué hacer, el enterado, vamos, fue el primero en ser arrestado. Lo primero que hacían allí era quitarte tu nombre y adjudicarte otro, la letra inicial de tu provincia más un número, yo era V39, la sensación de campo de concentración pasaba a ser de campo de exterminio. Todo esto es exagerado pero es la sensación que yo tenía. Las circunstancias te obligaban a hacer algún amigo o compañero, sentirte tan mal te acercaba a la gente que estaba en tu misma triste situación. Los paseos por el casco antiguo de Vitoria eran una pasada, parecías pertenecer a un ejército de ocupación. Nos pagaron tres meses de golpe, era una miseria, me los gasté en un plato de chipirones en su tinta en compañía de un geólogo con el que confraternicé, de modo que no debía ser mucho, ni llegaría a mil pelas. Durante el periodo de instrucción, me tiré un mes sin tocar la guitarra, el día que volvía a casa tras la jura de bandera, lo primero fueron los besos y abrazos a mi familia, luego devoré un plato con comida decente y cogí la guitarra, el hacha que decía Lennon, y me fui al parque de Arturo Piera y a tocar, era muy tarde, sobre las doce de la noche. Esto lo hice en multitud de ocasiones de joven, cuando me sentía mal, cogía la guitarra y me iba a un lugar solitario a tocar. Muchas veces subía al terrado y tocaba suavemente, con la cejilla puesta. Ahora me parece un peligroso culto a la soledad. Estuviera como estuviera tenía ganas de tocar, cuando estaba contento para manifestar mi alegría y cuando estaba hundido para soportar mi tristeza. La foto que todos se hacían vestidos de militar y con el CETME me la hice tocando la guitarra, como no.
Una vez en mi destino (que raro suena esto ahora) me llevé primero una española barata (me la regaló el Sr. Marí), cuando era novato, y luego ya la guitarra acústica Maya. Me pasé la mili tocando la guitarra. Escribí muchas canciones allí, era lo mejor que se podía hacer y más sin dinero. El periodo de instrucción lo pasé en Vitoria y aquello me gustaba lo mismo que me quemaran las orejas con un soplete. Intenté pasar desapercibido y no meterme en líos. Me sentía triste y solo, haciendo por obligación, la alternativa era ir a la cárcel, algo que odiaba; comiendo mal y perdiendo el tiempo. Nunca me he han parecido gran cosa la bandera o el himno, toda esa gente me recordaba a Franco. De hecho los oficiales solían criticarlo, a Franco, en sus conversaciones pero.....¡por blando¡ Por supuesto que hice amigos porque todos éramos de la misma edad y el dolor une pero eran amigos que vivirían a cientos de kilómetros de mí y estábamos unidos por la necesidad, no por libre elección. Básicamente nuestro trabajo consistía en hacer el tonto y servir de criados de los mandos, esos españoles de pro. Les llevábamos el pan desde el regimiento y hacíamos de chicos de los recados, con el jeep del ejército y el gasoil pagado por el estado, claro. Por poner un ejemplo, yo pasé a máquina el periódico que la hija del teniente coronel estaba preparando en su clase de EGB y así hice varios trabajos particulares. Por las fiestas de Santa Bárbara que son a principios de diciembre se celebraban fiestas en el regimiento por ser ésta la patrona de la artillería, esto por favor que me lo expliquen que nunca lo entendí, el caso es que había actuaciones y yo esperaba poder tocar algo, que me dejasen subir al escenario. Esa misma tarde me cogió por banda un capitán al que tuve que pasarle a máquina unos trabajos particulares con lo cual llegué al cuartel cuando todo había acabado. No voy a escribir aquí todos los adjetivos que le dedique a aquel caradura pero se merecía aquello y más.
Una de las cosas que el contacto con tanta gente variopinta me permitió observar es que prácticamente nadie sabía cocinar y nadie coser. Como no tenía un duro me invitaban a merendar y yo le cosía los galones. Un chico me llevó hasta su taquilla y me enseñó una foto de una vedette, me preguntó que qué me parecía su hermana. “Está como un tren” dije yo y su contestación fue que era él mismo. Era un travestí que decidió hacer la mili, dejó de pincharse hormonas femeninas y allí estaba, se arrepintió un millón de veces. Había por allí un retrasado mental con un brazo paralizado, en su familia eran casi todos más o menos así y él estaba muy orgulloso de estar allí; le daban ataques de epilepsia y entre cinco o seis no podíamos sujetarlo, al poco lo enviaron a casa. No voy a seguir describiendo todo lo que me encontré por allí, no es ninguna exageración.
En uno de los permisos, una noche en que Paco y yo recorríamos Valencia en su Derby Variant, un tipo se saltó un stop, por Micer Mascó, íba con la novia, y le dedicamos algún improperio, lógico porque casi nos caemos por el viraje tan brusco que hicimos. Aquel tiparraco nos hizo una escena tipo Starsky y Hutch y nos hizo detenernos enfrente de Viveros, era un policía, nos enseñó la placa y la pistola, y nos dijo que él había cometido una seria infracción pero que eso no nos daba derecho a insultarlo así. Se pasó todo lo que quiso y un poco más, era un chulo de mierda y aquello le había tocado, digamos, las narices delante de su chica, la visión de la placa y la pistola nos acojonó, nos esperábamos un caso Almería si nos poníamos farrucos. Así que cuando arrancó y se fue, nos quedamos hechos polvo, encima de que casi nos mata el muy hijo de su madre nos baciló todo lo que quiso. De todas formas, necesitaba los permisos como la tierra reseca necesita la lluvia, aquellos días suponían coger un poco de oxígeno para volver a sumergirme en el ejército.
En la batería, que es lo mismo que la compañía pero en artillería, teníamos dos baños enormes. Para economizar limpieza uno de ellos sólo se usaba para las duchas. Los baños tienen una acústica especial, sobre todo si no hay nunca toallas ni cortinas y yo me metía allí durante las horas libres para tocar y escucharme con un efecto de reverberación. Tocaba la guitarra y la harmónica con un portaharmónicas, como Bob Dylan. La opinión de la mayoría de mis compañeros era que podía ser muy buena persona pero estaba bastante loco. Esta extendida opinión se refrendó hasta en los más reticentes, fuera de mi reducido círculo de amigos, porque compuse una canción, “Cae la noche sobre el cuartel” en la que había un pequeño recitado. Se ve que pasaban por allí y oían a un tipo tocar la guitarra y hablar al mismo tiempo y movían la cabeza como diciendo: “¡está como una cabra¡”. Por si esto fuera poco, yo que siempre he hablado en sueños, durante esa época, no paraba de hacerlo. Cuando venían los nuevos cambiaban los colchones para que durmieran en la misma camareta que yo, como la primera noche a muchos les costaba dormir, escuchar a un tipo diciendo barbaridades mientras dormía y yo, sin querer, les terminaba de dar la puntilla. Por cierto que no era el único y cuando hacían una imaginaria, que es como estar de guardia dentro del recinto sólo con un machete, en turnos de dos horas durante todo el día y toda la noche, escuchabas a varios maldecir su destino en medio de sus sueños. También es verdad que luego muchos hablaban conmigo y se daban cuenta de que no era para tanto, bueno, eso espero. El “culebrilla” se llamaba realmente José Antonio Carrillo Miñano y era un catalán de origen murciano que trabajaba como mecánico en Citroen y estudiaba para ingeniero técnico, si no recuerdo mal. Nos hicimos muy amigos y le enseñé un poco a tocar la guitarra. Vino a Valencia meses después de acabar aquella farsa pero eso lo contaré más adelante. Allí lo tenían esclavizado porque además de los jeeps y camiones del ejército tenía que arreglar los coches particulares de los mandos. Un coronel que firmó por lo menos la mitad de las miles de cartas que yo escribí lo tuvo semanas arreglando su coche y al acabar le daba un mísera propina y él la rehusó. Alguna vez tuve que hacer de escolta de estos mandos y los escoltas habituales te prevenían de que tenías que parecer un “hombre de Harrelson” o te llamaban la atención e incluso podían arrestarte o quitarte días de permiso. Lo hice lo mejor que pude, aunque sin exagerar más de lo necesario, pero teniendo en cuenta mi mala puntería y mis pocas simpatías por aquella gente...
En aquellos días en Burgos había muchos cuarteles y mucha gente haciendo la mili allí, decían que no había más que militares y monjas, y estaba prohibido salir de paseo con ropas de paisano. Como salir vestido así era penoso, todo el mundo se traía ropa de casa y se las ingeniaba para salir vestido a su gusto. Bueno, no había que inventar mucho, la gente que nos había precedido te dejaba la herencia de los mil trucos posibles. Aunque cantabas mucho por la edad y el corte de pelo, se notaba a la legua, daba igual, al menos te sentías bien vistiendo así aunque fueran unas horas a la semana. La policía militar no solía meterse contigo si ibas de paisano pero, esto hoy en día resulta increíble, una de las pocas veces que salí vestido de bonito, con el traje militar de paseo, me mandaron a cocina por ¡haberme visto por la calle con una mano en el bolsillo¡. Otro amiguete que hice allí, aunque era del siguiente reemplazo, era un chico de Murcia que se llamaba Justo Puche Alacid, con el que hablaba mucho de estrategia militar, de las grandes batallas de la antigüedad y de gente como Aníbal Barca o Alejandro Magno. Tenía bastantes problemas con su padre a causa de su novia, un poco como en Romeo y Julieta, y no tenía una peseta igual que yo, así que paseábamos por Burgos hablando de Cannas o Gaugamela. Una vez casi nos tuvimos que pegar porque unos idiotas intentaron atracarnos, yo no llevaba ni para un paquete de tabaco (recuerdo que un paquete de ducados me costaba entonces 33 pesetas) pero él llevaba el dinero para ir a casa de permiso que no dejaba en la taquilla por si se lo robaban y aún siendo superados numéricamente obtuvimos una resonante victoria, bueno, tanto hablar de batallas y grandes estrategas no podía ser de otra manera. De las pocas veces que intenté ligar en Burgos, por lo menos en una ocasión me acompañó Justo, la verdad es que las chicas huían de los militares como de la peste negra, era una chica que me hizo gracia y me dio un beso más apasionado de lo que yo esperaba, justo antes de irnos, como despedida, pero no la volví a ver, también es verdad que salía poco, porque sin dinero casi no valía la pena. A Justo nunca más lo he vuelto a ver pero le recuerdo con cariño.

Debido al pésimo estado de la cocina del regimiento comenzaron a sacar fondos de donde podían para intentar subsanar aquel desaguisado, lo sé de buena tinta porque los informes los pasaba a máquina yo mismo. Abrigaba profundas sospechas de que se debía a algún tipo de desvió de fondos o materiales hacía cuentas o casas particulares, de hecho la contestación que nos dieron desde el ministerio, o donde fuese, es que una cocina con ese tiempo no podía estar tan mal. No nadaba en la abundancia precisamente y lo que hice fue comprarme una botella de aceite de oliva y un paquete de sal, como el pan lo conseguía por el cartero, de lo que le sobraba del reparto a las casas particulares de los mandos, me hacía pan con aceite y sal. Es que muchas noches me decidía a ir a cenar, tenia verdadera hambre, y me volvía sin probar bocado de la porquería de cena que daban. Lo más sencillo era mandar a la gente de permiso o licenciarla antes de tiempo, qué alegría sentimos todos al pensar que nos iríamos a casa quince días o incluso un mes antes de tiempo. Como siempre la suerte me ha acompañado sucedió que nosotros estábamos dentro del regimiento pero no formábamos parte de él, éramos de “la brigada” y resultó que no sólo no nos licenciamos antes de tiempo sino bastante más tarde hasta completar los trece meses y algunos días. Otros chavales que llegaron al mismo tiempo que nosotros se fueron 45 días antes. Pasamos de poder irnos a finales de noviembre a pasar allí las navidades, sucedieron escenas entre tristes y patéticas. Ahora mismo puede parecer ridículo pero aquello tocaba las narices, las segundas navidades vestido de verde y con muchos compañeros ya en su casa.
La nochevieja no dormí apenas, la siguiente noche tampoco porque era la última vez que dormíamos allí. Nos la pasamos charlando, haciendo los planes de despedida y cogí la guitarra y canté, con todo el sentimiento de que fui capaz, una canción que había compuesto a propósito para la ocasión que puse por título: “Hoy mis sueños brillan mucho más”. El 2 de enero de este año me licencié, creo que casi fue la mayor alegría de mi vida porque me daba la impresión de que nunca iba a salir de allí, en el colegio me pasaba igual. Me pasé días pensando como me vestiría y qué cosas haría en una especie de ritual de desintoxicación. Aunque no tengo ninguna foto de ese día, no se me olvidará nunca como me vestí, llevaba botas negras mexicanas con tacón cubano, pantalón vaquero negro, cinturón con hebilla ancha, camisa blanca, corbata de cuero, el chaleco que llevaba, quizás otro igual, en la portada del disco de Los Relevos, gafas negras y cazadora de cuero. La despedida de los mandos en el chalecito donde pasamos tanto tiempo consistió en una especie de ágape, al que se apuntaron todos para gorronear y donde las sonrisas falsas y los toquecitos en la espalda me dieron ganas de vomitar. Salí de allí vestido así y, aunque aguantar lo que aguanté por ese instante desde luego que no valió la pena, me sentí bien por un rato, saboreando un momento tantas veces deseado.
Al volver la esquina cogí la guitarra, estaba dentro de la funda, y la alcé sujetándola por el mástil, como McCartney en el Shea Stadium, recuerdo pocos momentos de mayor felicidad. Mi intención era ir directo a casa pero los camaradas se empeñaron en que fuéramos todos a Madrid y celebrásemos una gran despedida. A mí no me terminaba de molar pero me lo dijeron tantas veces que al final acepté, además venían mis mejores amigos, Paco “el furri” y Jose “el culebrilla”, no estuvo mal y tampoco bien pero cuando llegó la hora de dormir nos dejaron tirados, precisamente los que más insistieron que fuéramos, que no habría problema con pasar la noche, fueron los que más rápidamente desaparecieron. Una vez más estaba claro que no se debe confiar en nadie y, sobre todo, en los que dicen “confía en mí”, en esos en los que menos. “Piti” un tipo de Castellón, de Tirig, que era más mayor, aunque muy bajito, fue más listo y se buscó la vida con alguien. Acabamos pasando la noche en unas butacas de la estación de Chamartín, Jose y yo. Me despedí del Culebrilla y me prestó un billete de veinte duros para poder llegar a la estación, cuando nos abrazamos se me escaparon unas lágrimas. Era un chaval que valía la pena y además llevaba tres noches sin dormir y la ocasión se prestaba. Un mes más tarde le mandé por correo el billete, tachando en la leyenda las letras E y luego ÑA, para que se leyese “EL BANCO DE SPA PAGARÁ AL PORTADOR 100 PESETAS”, Jose me dijo que no tenía que habérselo mandado y que guardaría el billete como recuerdo. Bajé en la estación del Norte y la primera persona conocida que vi fue a Mª Ángeles, la novia de Juan, que trabajaba en la Cafetería Duero, en Guillem de Castro. Estaba destrozado por la falta de sueño y la tensión emocional y cuando llegué a casa dormí durante más de catorce horas, la única vez en mi vida que he dormido tanto. Pensé que por fin acaba con aquello y ahora podía dedicarme a lo que en verdad me interesaba aunque había perdido un tiempo precioso.

5 comentarios:

Santiago Penagos dijo...

No sé, igual me ha quedado un poco largo, jejejeje. No creo que lo lea casi nadie pero, en cualquier caso, jamás volveré a mencionar ese periodo de mi vida en el blog, disculpen las molestias.

Juggend Adler dijo...

Siento que lo pasaras tan mal,se nota que te jodio bastante tener que hacer el servicio militar obligatorio y encima tan lejos de casa.Se por los muchos años que nos conocemos que no te tira la vida castrense y que odias todo lo que representa.Lo dicho se que lo pasaste mal,si fuera por mi hubiera sido mejor que no fueras,pero eso no estaba ni esta en mis manos.Yo en cambio solo tengo gratos recuerdos,lo pase de miedo y si pudiera me iria otra vez.Hace unos meses pense hacerme reservista,porque a diferencia de ti (respeto tu opinion)a mi me encanta el ejercito hasta tal punto que obtuve galon y posibilidad de reenganche profesional.Pero me tiraba mas la musica por eso los deje con un palmo de narices,todos daban por hecho que me quedaria,ya que mi trayectoria en Cordoba fue ejemplar.La musica no es nada comparable a cualquier otra actividad de la vida,para mi esta por encima de cosas cotidianas y normales en los seres humanos.Yo por la musica haria cualquier cosa y tu bien sabes esto.Un abrazo Santi.III regimiento de infanteria mecanizada la Reina numeroII.CORDOBA 1983--Cabo de armas de apoyo.

Anónimo dijo...

No te conozco de nada.
He aparecido aquí por la gracia de Steve Jobs y sus máquinas y, en fin, me has hecho pasar un buen rato.
No realicé el servicio militar, pero los relatos de mi hermano eran clavados a tu descripción.

Gracias.


Saludos desde Holanda.

D.

Santiago Penagos dijo...

Gracias por comentar amigo anónimo, me alegra que te haya servido para un pasar un buen rato. Un saludo.

Anónimo dijo...

Dicen que lo primero que hace un pinguino cuando llega a Burgos es comprarse un abrigo...

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Mis amigos me llaman Cuchillo o el tío Santi. Escribo canciones y toco la guitarra, también canto. Desde que era joven hasta ahora que no lo soy he tocado en grupos como Los Cuervos, Los Relevos, Morcillo y los Rangers, Los Brujos, Bandoneón, The Dancing Cansinos, Rocky Raccoons, Fort Mapache, Jukebox, Los Portuarios, The Mapaches o The Roller Coasters. Soy el guitarrista que no sabía cantar, el motorista al que no le gustaba correr, el lector de la Biblia ateo, puede que el tonto más listo del mundo, el padre de Dido o el hijo de la Yeyes. Como suele aparecer en algunos sobres de azúcar, hay que buscar los buenos ratos porque los malos se presentan ellos solos. Me gusta mucho leer desde niño, cocinar, tocar la guitarra y escribir canciones, navegar sin rumbo por la procelosa red de Internet, la historia y la música, el cine clásico y me gusta mucho reír, también escribir en mi blog, salir con mis viejos amigos o dar vueltas con mi Triumph. Como dijo Lennon: "la vida son las cosas que te pasan mientras tú estás ocupado haciendo otros planes" Así que intento no hacer planes nunca, sólo quiero estar a gusto sin molestar a nadie. Si lo consigo o no, tendrán que decirlo los demás.
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