Última actuación, en Xábia, ya hemos probado sonido y llega la hora de cenar. Como ya comenté, hay dos barbacoas y la gente trae su carne de casa para cenar. Ángel, perfecto anfitrión, nos da dos bandejas con pinchos y longanizas. Un invitado expontáneamente ofrece una hamburguesa y unas chuletas de cordero, que aceptamos con entusiamo. Las echo a la barbacoa y las protejo con mi vida, parece que tiene poco gas y la cosa va lenta. Mientras, Bruno, Serch y Pacobeat van dando vueltas por ahí, intentando conseguir más comida. Uno aparece con cortezas, otro con nueces y almendras, un tercero con vino. "Parecemos la ternera del cura chiquito" suelto yo y me miran extrañados. Como tres cuartos de hora después, previo cambio de bombona de butano en la barbacoa, colocamos el plato con la carne encima del bafle y nos sentamos en una cama elástica a cenar. Miles de estrellas nos vigilan desde el cielo. Entonces cuento la historia, tal y como me la relataban a mí cuando era un niño:
Sucedió, mis pequeños amiguitos, que en un pueblo de la Mancha había un cura de corta estatura que tenía el mote de "cura chiquito" por su escasa talla. Acostumbrado a pedirle todos los días a Dios, no cesaba de hacerlo a sus paisanos también y alguien le regaló una ternera. No contento con recibirla gratis, la soltaba por el pueblo, para que los vecinos se la alimentasen sin coste alguno. La ternera del cura chiquito fue creciendo gracias a la leche y el pienso que a él no le costaba un real pero... Una tarde llegó a la casa de un pobre hombre que tenía muchos hijos y muy pocas perras y, ¡qué malo es pasar hambre¡, aprovechando que no había testigos, sacrificaron al animalico y se lo comieron. El cura estaba intrigado, su precioso manjar con patas había desaparecido. Pensando en qué habría pasado vio a uno de la numerosa prole del matarife ocasional y consiguió sonsacarle la información confidencial con caramelos. Se despidió de él prometiendo un surtido lote de golosinas a cambio del testimonio del niño en la misa del domingo, día del Señor y que no contase nada a su padre. Mas éste no tardo en darse cuenta del estado de nerviosismo del chiquillo y, a su vez, le obligo a contarle la suculenta conversación con el párroco. Haciéndole caso a su querido padre, el niño memorizó lo que él le dijo. La siguiente escena ocurre en la iglesia, llena a rebosar, el sacerdote comienza su homilía: "Hijos míos, la verdad, tantas veces ensalzada por nuestro señor Jesucristo que dijo que ella nos haría libres, por San Agustín de Hipona, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio de Milán y tantos otros santos. La verdad escasea en este pérfido mundo. ¿Dónde se puede hallar la verdad? En las Sagradas Escrituras, por supuesto, en los dorados textos de los padres de la iglesia, pero también en la boca de los infantes. Los niños aún no saben mentir, no están contaminados por el diablo, por esta humanidad pecadora y desobediente. Este bendito pueblo debe saber algo que es cierto y verdadero y lo sabrá a través de un niño de alma limpia y corazón puro". Entonces llama al crío al púlpito, el chavalín lo mira con una extraña expresión en su rostro y suelta: "El cura chiquito se acuesta con mi madre, lo malo será que se entere mi padre".
1 comentario:
JAJAJAJAJA!!!!!!!!!!!QUE BUENO!!!!
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