Si entras ahora en cualquier bar, es difícil que no tengan una o varias máquinas tragaperras o "escurabutxaques" pero en mi niñez aquello no existía por aquí. En su lugar, lo habitual en los años setenta eran las petaco o pinball. También había muchas en los billares, junto con futbolines y los primeros videojuegos, como uno muy sencillo para jugar al tenis que hoy resulta tosco pero que en aquel entonces tenía su gracia. En cuanto conseguías alguna moneda, te pasabas por el bar y echabas una partida o mirabas como jugaba cualquier otro, catalogándolo al instante en el escalafón, había desde maestros hasta torpes redomados. A primera vista parecía sencillo pero si te parabas a observar a alguien que de verdad supiese jugar, todo un amplio abanico de trucos se mostraba ante tus incrédulos ojos. Medio hipnotizado por el vendaval de luces y sonidos que salían de aquel sitio, jugabas, a veces como en trance y otras como medio ausente. El repertorio de trucos empezaba ya en como lanzar la bola e incluía golpes a la máquina para intentar desviar la bola sin cometer falta. Durante años pensé que tener una casa era a lo más que se podía aspirar en la vida. No me extrañaría nada que Elvis tuviese una en casa. Ahora ya deben estar en las chatarrerías y supongo que los niños de hoy en día no sabrán casi ni que son. El mundo siempre es igual pero va cambiando.
(¡Milagro, he recuperado los acentos¡)
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