Se puede mezclar en una sola noche el trabajo, la diversión, la alegría, el dolor, la rabia, la belleza, la amistad y la tristeza, es un cóctel diabólico, pero es posible. Emociones que brillan como ascuas en la chimenea, recuerdos de momentos difíciles de repetir, daños colaterales, reencuentros agridulces, elogios del público o de otros músicos, la sensación impagable de que entre tu compañero de andanzas musicales y tú hay sinergia, borrachines que te cuentan sus problemas con las autoridades, moscones venidos del más allá y un cuchillo que intenta mantener el filo, puede que sin conseguirlo.
Tantas emociones me producen un cansancio que parece venir directamente de hombres que han vivido antes que yo, que se ahogaron en el mar luchando por reyes que no conocían. Me asombra seguir en pie, tener fuerzas para arrancar el vehículo, buscar la dirección que me devuelva a donde duermo.
Vuelvo a casa escuchando a Buddy Holly, me estremecen sus grabaciones en el apartamento de Nueva York, guitarra y voz, más tarde Norman Petty añadió de todo para seguir cobrando, lo triste es que quizás fuera el más indicado para hacerlo.
La noche es terriblemente oscura, no hay tráfico y no voy de prisa, aunque esto último no es ninguna novedad, pero la ausencia de otros conductores me hace volver tranquilo.
Son las cinco de la mañana cuando subo a casa cargado con mi ampli Gibson y mi guitarra Fender Telecaster. Me miro en el espejo que me devuelve la mirada triste de un cincuentón herido por la vida.
Tantas emociones me producen un cansancio que parece venir directamente de hombres que han vivido antes que yo, que se ahogaron en el mar luchando por reyes que no conocían. Me asombra seguir en pie, tener fuerzas para arrancar el vehículo, buscar la dirección que me devuelva a donde duermo.
Vuelvo a casa escuchando a Buddy Holly, me estremecen sus grabaciones en el apartamento de Nueva York, guitarra y voz, más tarde Norman Petty añadió de todo para seguir cobrando, lo triste es que quizás fuera el más indicado para hacerlo.
La noche es terriblemente oscura, no hay tráfico y no voy de prisa, aunque esto último no es ninguna novedad, pero la ausencia de otros conductores me hace volver tranquilo.
Son las cinco de la mañana cuando subo a casa cargado con mi ampli Gibson y mi guitarra Fender Telecaster. Me miro en el espejo que me devuelve la mirada triste de un cincuentón herido por la vida.
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