
De vez en cuando me pasaba a ver a mi pobre abuela, cada vez estaba peor, de pasó veía a mi pobre madre que se pasaba allí cuatro días a la semana para cuidarla. Pasé un miércoles, la vi fatal, una persona tan alegre en ese estado da mucha pena, era como si ya estuviera muerta. El viernes de la misma semana la ingresaron, el riñón no le funcionaba y si no conseguían animarlo era cuestión de horas que muriese y así fue, falleció a las siete y media del día siguiente, cuatro de marzo de 2006, justo el día que se casaba su nieta, y prima mía, Angie. Fue un fin de semana familiar, el viernes en el hospital, el sábado de boda y el domingo de entierro. Una boda de ese tipo cuesta una fortuna y no se puede cambiar de fecha pero resultó triste, a pesar de que todos hicimos un gran esfuerzo. Estaba claro que era una cosa que tenía que suceder, cada vez más claro, pero... no es lo mismo hacerte a la idea que mirar a tu abuela a través de aquel maldito cristal. La vi dentro del ataúd y me puse a llorar, pese a llevar tanto tiempo haciéndome a la idea, me resultó insoportable. Supongo que cuando alguien muere casi lloramos más por nosotros que por quien se ha ido. Envidio a la gente que sabe llorar, dejar fluir las lágrimas, que salgan de ti y se lleven por lo menos una parte del dolor. Yo me estremezco, una parte de mí lucha por no hacerlo y acabo soltando cuatro lagrimones que no consiguen arrastrar nada consigo y el dolor se queda dentro.
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