
No es sólo que tuviera un tiempo increíble, un dominio total de su voz, que jugase con el tiempo a voluntad, anticipando o retrasando con maestría cada sonido que salía de su garganta, alargando o acortando las notas para conseguir el efecto que deseara. Era su voz, ese timbre prodigioso que sólo se consigue naciendo con él y no puede desarrollarse con la práctica y el estudio. Además escribía canciones perfectas. Su trágica muerte en extrañas circunstancias privó al mundo de algo tan maravilloso.
No es posible para todos tener un Picasso en el comedor de su casa, ni salir de tu puerta y visitar la iglesia de Santa Sofía cada vez que te apetezca pero cualquiera puede tener un disco de Sam Cooke y escucharlo en una tarde tranquila. Si la vida vale la pena de ser vivida es por cosas así.
Gracias Sam.

3 comentarios:
Magnífico y emotivo post. He de admitirlo: soy un fanático de Sam Cooke.
Ringo dixit.
Pues ya somos dos, gracias por el comentario.
Me encanta, me da buen rollo. Un tipo no suficientemente reconocido.
Publicar un comentario