
Cuando eres niño tienes temores que te asaltan desde la oscuridad. Algunos inculcados por tus padres, llámalo coco o el hombre del saco. Mi madre nos decía, yo era muy nano, que en el cuarto de los contadores vivía una bruja y yo miraba aquella puerta, siempre cerrada, con respeto cuando subíamos al terrat. Tenía pánico cuando pensaba que podía morir mientras dormía, sin enterarme. Lo peor era eso, que no te dieras cuenta. Las películas de miedo, buf, las imágenes volvían cuando intentabas dormir. Aquellos miedos infantiles dieron paso a otros más reales. Siendo crío sufrí algunos atracos, de chavales un poco más mayores, como nunca tenía nada, no pudieron quitarme nada, excepto, creo recordar, un cortauñas. Una vez alcancé el tamaña máximo en mi persona, con 1,83 metros de altura, ya no me atracaron más. Luego estaba la policía, todavía había muchos residuos del franquismo en aquellos años, y solían pasarse con la gente. La verdad es que aún hoy, si no te multan es porque no les apetece, siempre te pueden pillar en algo, lo que sea. Más tarde llego Hacienda, singular enemigo del contribuyente incluso cuando no tienes la menor intención de defraudar un céntimo. Con los años y la experiencia aprendes a temer a todo y a todos y que las "buenas personas" también tienen mucho peligro.
2 comentarios:
Dentro de los libros clásicos sobre la 1ª Guerra Mundial, hay uno realmente estremecedor: El miedo, de Gabriel Chevallier. Es una buena expresión del absurdo de las guerras.
Si lo veo, me lo compro. Porque voy detrás de un libro de Robert Graves, Adiós a todo esto, sobre el mismo tema y no hay forma de encontrarlo.
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